Comentario
Dentro de la mentalidad política regeneracionista, la labor de un cirujano de hierro, como se denominaba a sí mismo Primo de Rivera, no sólo tenía que destruir la política corrupta sino que también debía promocionar una política nueva. A ello respondió la creación de la Unión Patriótica como un partido único. En efecto, en abril de 1924 comenzó a germinar la idea en la mente del dictador, al que no se le ocurrió mejor procedimiento para promocionar sus propósitos que hacer circular unas cuartillas en las que se pretendía que las gentes de ideas sanas y los hombres de buena fe se agruparan en algo que no sería sino una conducta organizada y que no tendría carácter ni de derechas ni de izquierdas. En alguna ocasión la definió como un "partido político, pero apolítico, que ejerce una acción político-administrativa".
Con respecto a la finalidad y al destino de la Unión Patriótica tampoco fue claro Primo de Rivera. En algunas ocasiones decía que de ella surgirían en el futuro diferentes partidos y en otras afirmaba que era ya el primer partido del nuevo régimen que él había inaugurado. Primo de Rivera dijo que coincidirían en ella todos los que estuvieran acordes en la Constitución de 1876, que él mismo había violado, y luego sin embargo enunció un programa de aquella unión en el que se defendía una nueva Constitución con cámara única y aprobación plebiscitaria. También era confuso el planteamiento de la Unión Patriótica en lo que se refiere a su vinculación con el gobierno. De hecho, las primeras Uniones Patrióticas surgieron de manera espontánea en los círculos del catolicismo político, que veía en la desaparición del parlamentarismo caciquil una magnífica oportunidad para poder llevar a cabo su peculiar versión de la regeneración.
Las zonas geográficas de mayor implantación de esta primera Unión Patriótica coinciden con aquéllas donde tuvo mayor influencia el catolicismo político y social inspirado por Ágel Herrera Oria. También parecen haber existido pequeños grupos parafascistas como el denominado La traza, surgido en Barcelona, pero esta organización careció de cualquier influencia en el seno del partido dictatorial. Estas dos iniciativas deben ser consideradas como espontáneas. Sin embargo, en abril de 1924 la Unión Patriótica fue oficializada, y se nombró responsable de su funcionamiento a uno de los militares del Directorio. En realidad, la Unión Patriótica nunca estuvo suficientemente definida en la mente del Dictador. En un principio manifestó gran interés en ella pero luego la olvidó. En teoría el gobierno de 1925 fue exclusivamente de la Unión Patriótica, pero ésta no servía para otra cosa que proporcionar a la Dictadura un apoyo popular en manifestaciones y actos de adhesión. Sólo en el momento de declive del régimen puede afirmarse que la Unión Patriótica adoptó algunas fórmulas semejantes a las del partido único. En 1927 los Ayuntamientos y Diputaciones Provinciales debían ser ya coto exclusivo de la Unión Patriótica; incluso en 1929 se dispuso que se dedicara a labor de información y denuncia de aquellos que conspiraran contra el régimen o le difamaran.
Ni siquiera en estos años puede afirmarse que la Unión Patriótica fuera un verdadero partido único. Para ello le faltaban a Primo de Rivera dos características fundamentales: proporcionar a su partido un ideario preciso e impedir la existencia de otros partidos. El General llegó a definir la Unión Patriótica como "un partido central, monárquico, templado y serenamente democrático", y más adelante hizo para él una divisa ("Patria, Religión v Monarquía") que, además de recordar al carlismo, parecía preterir los principios monárquicos al enunciarlos tan sólo en tercer lugar. En los libros de propaganda del régimen dictatorial (los de Pemán y Pemartín) puede apreciarse como argumento a favor de él mucho más las tesis de la derecha tradicional católica que las del fascismo, y se muestran innumerables estadísticas de la eficiencia administrativa del régimen. Así, José María Pemán defendía el Estado "tradicional socialcristiano" frente al fascismo, utilizando para ello citas de autores recientes, y consideraba que el sufragio universal era "un gran error".
La Unión Patriótica no se pareció en nada al partido único del fascismo, sino que fue una entidad circunstancial y oportunista que desaparecería en cuanto no tuviera el apoyo del gobierno. Calvo Sotelo explicaba en sus Memorias que él se opuso al nacimiento y organización de la Unión Patriótica porque consideraba que "los partidos políticos cuando se organizan desde el poder y por el poder nacen condenados a la infecundidad por falta de sabia". En la práctica la Unión Patriótica fue un partido personalista que no actuaba más que por decisión superior y que se beneficiaba de un poder que se ejercía sin ningún límite temporal y sin posibilidad alguna de crítica o de oposición.
La Unión Patriótica incorporó en sus filas a muchos antiguos caciques y permitió la creación de nuevos cacicazgos, con lo que demostraba su ineficacia regeneradora. La mejor prueba de ello ocurrió en la provincia de Cádiz, cuna de Primo de Rivera, en donde la práctica totalidad de los caciques tradicionales de la época constitucional se integraron en la Unión Patriótica. La razón fundamental de la crisis del caciquismo durante el período de la Dictadura fue la marginación del poder durante tanto tiempo de los partidos del turno y de que ahora accedieran al poder sectores que hasta entonces habían tenido una influencia muy escasa.
Los estudios locales que se han realizado hasta ahora acerca de la procedencia de los elementos que componían la Unión Patriótica nos demuestran que existía una notable heterogeneidad. Así, en Ciudad Real sus dirigentes eran conservadores, en Sevilla la mayoría procedían de una Unión Comercial, en Murcia procedían de los círculos católicos o en Soria eran antiguos agrarios. Esta pluralidad no era sino una demostración de la inanidad de la Unión Patriótica.
Sin duda puede decirse algo semejante acerca del Somatén, que fue una organización surgida en Cataluña para apoyar el mantenimiento del orden público. Aunque se la ha presentado como el precedente de una milicia fascista, en realidad resultó ser una institución carente de efectividad, de carácter apolítico y que ni siquiera sirvió como punto de apoyo para el régimen cuando éste entró en crisis. Cuando se le interrogó al dictador acerca de si él mismo y su sistema político tenían un significado similar a Mussolini y el fascismo respondió que sus ejemplos habían sido nacionales: el general Prim y el Somatén.
Los principales apoyos (aunque no los únicos) del régimen dictatorial fueron los mauristas, católicos, tradicionalistas y conservadores. Pero todos ellos, por el momento, no defendían ese género de planteamientos políticos que sólo hicieron suyos durante la etapa radicalizada y maximalista de la Segunda República. El principal dirigente de la extrema derecha monárquica durante la Segunda República, José Calvo Sotelo, afirmaba en la Dictadura que sus ideales eran y habían sido siempre de carácter democrático. Durante la Dictadura hubo ya entre los intelectuales defensores de ésta como un régimen estable y permanente; así sucedió con Ramiro de Maeztu o Eugenio D'Ors, pero los verdaderos fascistas, como Ernesto Giménez Caballero, consideraban al régimen de Primo de Rivera como demasiado prosaico y poco moderno.
En el terreno del comportamiento político, la Dictadura no puede ser concebida como un inmediato antecedente de la República, sino que en muchos aspectos fue un paréntesis. El régimen dictatorial engendró la República en cuanto que deterioró a la Monarquía, pero no llegó a producir el cambio en la vida política que luego se consolidaría durante los años treinta. Algunos caciques fueron marginados pero surgieron otros nuevos, producto de la influencia de los colaboradores de la Dictadura, pero habrá que esperar a 1930 para que se produzca un cambio sustancial. En última instancia, el caciquismo era una corrupción del liberalismo, pero permitía un grado considerable de libertad; la Dictadura recortó ésta sin concluir con los caciques, y como resultado hubo que esperar a la movilización política del año 1930 para que las cosas cambiaran de manera sustancial en España.